LA PANDEMIA, LA VIDA Y EL OTRO

on 12 Julio 2020
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ARTICULO SOBRE LA EMPATÍA, Y LA SOLIDARIDAD COMO UN VALOR FUNDAMENTAL EN LA SOCIEDAD

ROBERTO AGUADO

Quiero que mis primeras palabras vayan para quienes atraviesan tramos de la vida realmente adversos, para aquellos que han perdido el trabajo, que se ven en dificultades económicas, están confinados junto a personas no deseadas, sean familia o no, para aquellos a los que ha alcanzado la enfermedad, para los que han fallecido, para sus seres queridos y para tantos otros. Quiero honrar su presencia porque de eso trata este texto, de los otros, de la existencia e importancia de un tú además de un yo, de la expansión hacia el otro, a la inclusión como propio de lo ajeno, al misterio de reconocer y respetar lo diferente.

En estos días de pandemia y confinamiento, quisiera llamar la atención sobre la necesidad de dar peso a lo comunitario sobre lo individual, volver la mirada a lo tribal, a la hermandad que tanto necesitamos, porque nos guste o no somos seres relacionales y el tacto, la mirada, la expresión de lo sentido, es para nosotros tan importante como respirar y cada vez que lo olvidamos invertimos en sufrimiento.

En general vivimos distraídos, ni siquiera conscientes de nosotros mismos y mucho menos de la existencia de un otro más allá de los seres más cercanos, sin darnos cuenta del tejido invisible pero perceptible que nos une, un tejido hecho a base de humanidad que nos vincula en lo común y también y más intensamente si cabe, en lo diverso. Puede que una experiencia en primera persona consiga evocar esto último con más claridad, ya que con motivo de mi actividad profesional he tenido oportunidad de asistir a vivencias de muerte, sufrimiento y situaciones vitales que quedan arrinconadas de lo visible en una sociedad a la que le cuesta asumir ciertas partes menos luminosas de la vida.

De entre un grupo de hombres, recuerdo un joven de origen nigeriano que había llegado a Euskadi hacía pocas fechas y traía consigo una historia de violencia y pobreza, que aparejada a una situación vulnerable en ese momento, le pusieron al límite de la dignidad existencial. 

Tuve la oportunidad de poder asistir a este joven haciendo algunas  llamadas y facilitándole contactos que pudieran sustentar y acoger su situación con inmediatez, algo que realmente no me supuso gran esfuerzo, salvo el de caer en la cuenta de que él hubiera podido ser yo en otras circunstancias.

 Al parecer mi intervención resultó ser de ayuda  y cuando me interesé por su situación tiempo después, él me detalló cómo había hablado con su madre (ella se encontraba aún en Nigeria) y le había contado que alguien le ayudó, rogándole ella que hiciera saber a “ese alguien” que  rezaba todas las noches por él con devoción; me lo dijo con lágrimas de agradecimiento y pude ver en sus ojos el gran regalo que me entregaba,  sintiéndome también tocado por la gratitud y conmovido porque a miles de kilómetros, alguien que ni siquiera me conocía,  rezaba por mí. 

A esto me refiero,  cuando hablo de un tejido oculto a los ojos pero perceptible y profundamente humano que nos vincula y hermana más allá de cualquier diferencia, orientándonos en la dirección de la concordancia con la vida y sus movimientos de contracción y apertura.

Es vital señalar la importancia del otro en los momentos en que las inclemencias de la vida nos visitan y nos asoman a precipicios existenciales de gran altitud, en las que el apoyo, acompañamiento y contención que nos brindan los otros se convierten en indispensables, siendo sostenidos y amparados por los demás, construyendo un lugar común en el que podemos verbalizar y elaborar lo sucedido. Somos, sin duda, seres vinculares y comunitarios.

Se diría que el reconocimiento de un tú además de un yo, el hermanamiento y la vigencia del servicio como algo preciado, siéndolo también para quien lo desarrolla y para el individuo o colectividad que lo recibe, ahonda en algo que es profundamente humano, el valor del otro en sí mismo. Y el otro toma una importancia capital cuando circunstancias inesperadas ponen de manifiesto nuestra vulnerabilidad, es entonces cuando encontrar una mirada cálida, una palabra de consuelo, nos invita a plegarnos ante la fuerza del vivir, a asentir a la realidad tal cual es, sin por ello dejar de comprometernos a cambiar esa realidad siempre que sea legítimo y posible.

Habrá muchos a quienes estas palabras no les digan nada... personas que quizás basen las relaciones en la rentabilidad, en los dividendos que pudieran ofrecer a corto o medio plazo. A estos otros, les diría que en términos de rentabilidad también ofrece beneficios ser generoso, la escucha atenta, la asistencia bien sea emocional, física o material, es una imposición, un ingreso que se realiza en la cuenta del otro, de un tú, que es el banco de la Vida y que acumula un activo que reportará grandes beneficios, eso sí, es recomendable emanciparse de pretensiones y expectativas sobre el cuándo y el cómo de la ganancia, ya que el bien común siempre es fecundo, fértil y genera abundancia pero la incertidumbre es inherente a las transacciones que maneja la vida.

Puede que debamos aceptar que vivir supone avanzar sin saber, sin tener garantías; que honrar y asentir a la realidad significa saber que solo poseemos el latido de cada instante y que somos nosotros los que palpitamos en ese intenso vivir, que el gran reto es simplemente caminar por el mundo y hacer el viaje rindiéndonos a su misterio, con sus rigores y bondades. 

Roberto Aguado, Aditya, amigo del proyecto Ser Humano Hombre del Centro Creciendo